Microrrelatos XXXIV
Estaba tan errado, sacando conclusiones profundas de la epidermis de las ideas, que tropezaba fuerte con cualquier certeza.
A los manotazos, confuso, nadando entre la mierda que destilan los prejuicios, con la entupida envidia de lo sencillo, acosado por imágenes repetitivas de carnes mal despostadas. Faena loca de tiento al cuello, para sufrir por dos lo que antes no existiera.
Pobre Rolando, ni el fútbol removió su pena. El gol agónico lo hizo el rubio, el lindo, el de antes, el carnicero.
Microrrelatos XXXIII
La locura fue lo atemporal de los años. Inexorable estupidez de la edad mal llevada.
Tus tetas estaban tan infladas, posicionadas en la gloria, a punto de las manos de cualquier hereje. Pecadores minimizados. Flacos a los placeres vagabundos. Errantes de los deseos que andan solos.
Si aquella vez nos hubiéramos tocado los tres, hoy seguiríamos siendo las mismas personas, pero yo, hubiera tocado dos tetas mas.
Tiempo al tiempo, y mas tarde el doblés del destino me vio en el mismo estaño. Tus tetas remozadas no dijeron nada...Sera que siguen lembrando lo NO de aquel lejano acontecimiento.
Prologo: Muestra de Arte (Juan Santana)

Microrrelatos XXXII "Al otro día XX"
Una ternura flotando en el aire para que tu llegada, empujada por lo oxígeno del viento, se embellezca debajo de tu falda.
Hamaca que no se hamaca en el estupor de una plazoleta acobardada, con lo hielo de la helada, nocturna, desesperada.
Una noche te vi de a tientas sobre mi y otras tantas te voy olvidando.
Noche fue la de anoche, la que prescindí de mi, para llevarme guardado en tu mochila. y hoy ya es “al otro dia”, y lluve, y no es cuento.
Microrrelatos XXXVII
Sobraban manos. O, las que cabían en aquella escena, aparecían desubicadas.
Las de ellas, solo eran de ellas por sus uñas.
Las de el, teniendo bocas, tensando hilos, moviendo gotas, entrando gritos.
Las parecidas se encontraban suavemente en choques casuales. Las grandes, las torpes, buscaban tocar botones. despertar sombras.
Y otras, con la mímica del acto reflejo, siguiendo la música de aquella función.
En el apoyabrazos de la butaca de al lado, espectando, una mano que no esperaba su turno.
Todas, absolutamente todas, se lastimaban para no sobrar en lo que termina cuando todo tiembla, menos las manos que se cierran, aprietan y contienen.
Microrrelatos XXXVI "Al otro dia XX"
Y al otro dia ya no te despertas, como el zangano que volo mas alto. Abierto el pecho de haber regalado el corazon por no tener veneneo.
O vivis como hielo, pidiendo final en un vaso oscuro de borra chorreada. Como tu lengua y dientes amoratados, con la resaca loca de solo haber reido a carcajadas un domingo.
Microrrelatos XXXV
Dejando de priorizar los cálidos envoltorios lumínicos, eyectados desde el paisaje que pasaba por el pequeño orificio para terminar en mi asombrado ojo izquierdo, la nube se apoyó rauda sobre la montaña que había terminado por ponerse de rodillas.
Mi dedo, luego, solo tiraría tímidamente del lazo que correría la cortinilla que infinitaría blancamente aquella preciosa escena.
Microrrelatos XXXIV "El punto III"
Si se o tomara como un todo lo que partido a medio quedo como parte de arriba y abajo para acojer lo del medio en mitades exactas de color extendidas indiferententemente cualquiera sea su sabor estaria por afirmar que el punto donde se unen los tres en cuestion es entre los incisivos y la punta de la lengua.
Microrrelatos XXXIII "El punto II"
Despues se arrepintio de no haber terminado aquel cafe en el instante que se escucho la bocina por la ventana.
El ultimo recuerdo luego de despertar en el hospital fue la doble vuelta de llave en la puerta de chapa congelada.
Testigos contarian despues que el punto en el que mas cerca estuvieron los tres fue cuando los motores se callaron y comenzaba el ruido a beso de chapa que los depositaria inconcientes en la acera, colgados del el parabrisas, abrazados al volante.
Microrrelatos XXXII "El punto I"
Sonrisa de un diente. Piernas enmalvinadas. La sed le quedaba en la otra orilla.
Gritaba con los ojos, abriendolos bien grandes, a todos los Rivadavia y Acoyte que esa tarde/noche deambulaban valdosas de granito, agujeros de veredas y cine acabado.
Solo uno, borracho o no, hizo de puente a su racimo acartonado.
Solo una se dio cuenta.
El motivo: la mirada complice que desaparecio despues de aquel segundo donde tres vidas completamente diferentes se cruzaron en el mismo punto para armar un recuerdo eterno en un vacio irreparable.
Microrrelatos XXXI "Al otro día XIX"
Fueron los niños del temblor los que se ocultaron bajo los escombros como en un juego macabro, arrebatando sueños a los grandes, perseguidos por los topos.
Fueron sus gritos emparedados los que los delataron descubriendo sus escondites, en un juego que lejos de acabar cuando sus manos tocasen la piedra, sería el traspaso de lo lúdico a lo realmente trágico.
Fueron las mujeres que dieron de mamar sangre de sus dedos, en la noche larga que durara la agonía, cortada con vaivenes de incertidumbre derramada.
Fueron los ancianos que no lograron saltar de donde la trampa se hamacaba titilando hasta quedarse para siempre a oscuras.
Fueron las tazas que volaron mágicamente por todo e living, cayendo de a muchas, estallando tímpanos, haciendo sonar campanas.
Fue el terremoto que le metió el dedo bien profundo en medio del diafragma, haciendo paralizar ese mundo mientras la presión durara, y cuando por fin decidiera liberarlo, una bocanada de vomito ardiente de mar y lodo sucumbiera en la atmósfera destrozada.
Al otro día sería la ciudad, después de haber sido empujada desde su adentro, que se quedaría ciega, que se quedaría muda.
Microrrelatos XXX
Qué estaría pasando si esa copa de elixir no hubiera sido engañoso veneno.
Cuál sería el brillo de esos hilos de sangre, en pies y manos, frente a otro espejo.
Mateo caminaba días cuestionándose las horas esperadas por eso que no sabía.
Cómo se verían las noches destapadas de su presencia, con olor a sexo bebido sin la solemnidad de lo litúrgico.
Dónde estaría clavada la cuerda con la que la esperaba atado cada noche de confesión. Como sería su gesto árido en días de penitencia. Cuántas veces sí, donde ahora nada.
En qué parte los desentendimientos precuela del infierno. Dónde los concilios, pequeña batalla de un solo fuego. Mezcolanza mugrienta de carne y pelos pegada con velas de un sudor ardiente.
A dónde las fotografiás que desojaban su estrabismo.
Con quién ahora, recordando soles en una avenida larga.
Porqué ese girasol cabeceando estrellas, llorando la madrugada.
Cuál el camino de alfombra roja que terminara en una puta ostia.
Y quizás lo mismo los dos, pero cada uno con su luna.
(Siglos después Mateo pasó doce días enteros olvidando frases ,juntando todos los pedacitos del verano para coser prendas con reminiscencias de ese diciembre despilfarrado.)
Microrrelatos XXIX
Jugaban a pasarse cerca, allá arriba donde nadie los podía ver.
Pero un día hubo un testigo, que casualmente fue el que los hizo chocar.
Se asustaron tanto por verse observados esquivándose, que se impactaron sin mirarse por estar viendo a quien los miraba.
La izquierda del uno contra la derecha del otro. Un ala en llamas en un cielo, sin radar, que no sonaba. De los escondites de las nubes cayeron los respiraderos, de abajo de las poltronas los botes salvavidas.
Y en la caída precipitada al centro de circulo oceánico de algún hemisferio, las miradas.
Tanta explosión, tanta caída, tanta pirueta sin conquistar para que el testigo fuera ellos mismos, ya muertos, dos segundos antes.
Microrrelatos XXVIII "Al otro día XVIII"
Al pobre de Rolando le pasaban todas las cosas de la naturaleza cuando la veía pasar a Elena.
Luego de la ceguera de amor se avergonzaba y se escondía detrás de la jaula de los canarios.
Al rato, el padre le gritaba órdenes y el se dedicaba a acomodar las bolsas de alpiste.
Un día parece que Elena se pasó de engreída, entonces entró y le pregunto el nombre.
- Ro, Ro, Roooo, lando...- Dijo el boludo de Rolando tartamudeando la respuesta.
- Que lindo que sos - Se abusó Elena.
Rolando salió corriendo para detrás de la jaula, con eso de la naturaleza ahí.
Se apoyo de espaldas contra la pared y espiaba entre los comederos de los pájaros.
- Te estoy viendo, lindo - Se empezaba a morir de la carcajada la hija de puta de Elena.
En eso irrumpió la madre de Rolando y gritó. - Pendejita, volá de acá, no molestes a mi Rolandito- Y Elena se hizo otra panzada de mocos y risa.
Al otro día Elena fue a la forrajería con el padre. La madre de Rolando los atendió con la evidencia sonrojada.
Microrrelatos XXVII "Al otro día XVII"
Después de 14 años, por fin, Rolando iba a entrar al cuarto donde dormía cuando todavía Elena no se había ido.
Estuvo mirando como con ternura el sillón en el que había dormido todo este tiempo y luego se paro frente a la puerta. Respiró hondo y la abrió con sigilo.
Al entrar vio, en la cama deshecha, la bata color crema de Elena, ell rosario colgando en el respaldar de la cama, el portarretratos del casamiento, la radio portátil y la luz del velador encendida.
En el baño se escuchaba la ducha y una dulce voz cantando bajito.
Rolando, atemorizado, avanzó teniéndose con una mano de los cajones del armario. Abrió por completo la puerta que estaba entornada y ahí estaba ella, sentada en el inodoro, con las piernas abiertas, dejando ver todo eso que por años le había ocultado, acicalándose con un algodón su parte de desprecio contaminada de celos.
- Rolando, por que tardaste tanto? - Balbuceó la imagen de Elena desapareciendo con una lagrima y luego todo el llanto.
Rolando dio media vuelta y con una paz inusitada envolviéndolo cerro ambas puertas y se tiro en el sillón.
Al otro día, al despertar, se obligó creer que todo había sido un sueño.
Microrrelatos XXVI "Al otro día XVI"
Elena iba jugando a las miradas por las calles la tarde que usó la boca para lo que no quería.
Rolando, enfrente de la escuela, se mordió las manos para no ahorcarse mientras observaba aquella escena.
Rápidamente sintió el vacío de la derrota, como cuando las cosas no son lo que hacía un rato.
Como cuando el tiempo no pasa sino lastimando o la sensación de languidez que no es hambre. Nervios de impaciencia que no esperan nada.
Por un instante pensó en la extraña y conspicua manera de bailar de la llama de una vela al ritmo exacto de la música que juntos escuchaban.
Volvió a la realidad y le pidió a los cielos que todo se termine ya, que mañana seria otro día.
Microrrelatos XXVI
Una vez al mes Elena se iba de la peluquería con la duda de que aquel delicado roce de manos en sus hombros hubiera sido a propósito.
Rolando se quedaba barriendo pelos alrededor de la silla pensando si ella se habría dado cuenta.
Luego, interestelarmente, conectaban en la absurda angustia por ese camino que elegían y no por el que abandonaban.
Microrrelatos XXV "Al otro día XV"
El rumor se cerró antes que la gran velocidad.
Ella le habría contado a su amiga. Su amiga a su novio. El novio de su amiga a su amigo. El amigo del novio a él.
El le reprocho a ella la vertiginosidad de la tentación de contar. Ella después a su amiga. Su amiga al novio. El novio de su amiga a su amigo.
La peor parte la llevo él, porque el amigo del novio de la amiga de ella, prometió no contarle nunca mas nada.
Al otro día, cuando ella y él se amigaron, se pelearon todos los demás.
Microrrelatos XXIV
Y qué abrupto final, inmersa en el resplandor de la luz de un fósforo, con el matiz de los manantiales de oscuridad, en una noche temblorosa, después de buscar en el azar lo que no existe.
Qué cara de juguetería, enferma en los espasmos de lujuria, reflejada en su piel incipiente.
Y que bellas magdalenas, cuando caminando por la calle, transpirada, acompañada de las hojas del otoño, perfumando la mañana.
Abrupto final, porque la calle la llevó hasta donde parece que termina y en el instante que se traspola el granito de arena, cambió lo efímero por lo eterno.
Microrrelatos XXIII
Un error humano, una simple catástrofe universal.
Como siempre, todo había empezado como un juego que luego termina mal. Extraña nostalgia de hace un poco.
Después de la ultima explosión crecieron desde el suelo esas ramitas con plumeros, que no duraron nada, porque otra vez el viento.
Microrrelatos XXII "Al otro día XIV"
Cuando Aníbal se fue de viaje, presumiendo entendimiento con los pájaros, recorrió todo el trayecto desde la tapera hasta la inmediatez de la tapera donde dos viejas jugaban a la canasta.
- ¡Viejos son los trapos! – Gritó una de las viejas, devolviéndole su mirada sorprendida.
- Si yo no dije nada - Pensó Aníbal agachando la cabeza. Igual, y con la misma brisa, las viejas siguieron jugando su juego en un terciopelo de tarde poética, dislocada a cobre.
Aníbal se sintió solo y volvió adentro, anduvo por la pieza embellecida por la humedad de las paredes y se llegó hasta el jarrón de porcelana. Allí descubrió los pétalos sedimentados en prejuicios de una margarita pícara y recogió nuevas ideas de sus compañeras. Obtuvo del aire respirado los nutrientes de la vida y de la tierra abonada con cáscara de huevos oxigeno para sus ojos. Sopló el polvo que estaba arriba de un libro de recetas y se lo llevó sentado, debajo de la ventana iluminada. “Cortar los rocotos en rodelitas y luego quietarle las pepas” decía alguna mitad de alguna pagina. Aníbal no aceptó lo del libro, pero si aquella palmera donde el amor se susurraba en diminutivo.
Después cerró la ventana que daba al continente con una cadena. Unió el último eslabón con un gancho dorado y lo dejó girando, como antes, para no perturbar el pasado. Allí donde los días se le hacían mas cortos y la vida mas larga.
Enojado se fue rodando por un camino angosto, como en una procesión de velas, y se llegó hasta el aljibe imaginando un nombre. Uno solo.
Con toda su bronca se hizo hasta la palmera donde encontró más prejuicios que brotaban como hongos bajo la sombra sedentaria de su inosadía. Oliendo a pesares se refugió bajo los mismos malos pensamientos.
Mas enojado, mas enérgico, de la palmera a la laguna. Mirándose, desde su silla, golpeó con un tronco su imagen reflejada en la orilla y abrió su cabeza en ondas circulares. Allí vio como sus pocas ideas se le iban por el agua como pequeños pececitos de colores.
Al otro día se fue de viaje, como si fuera otra persona, para solo sufrir la añoranza y no tanto el frío ni el cansancio en sus piernas. Para volver y para volver a irse de viaje. De la tapera a la tapera y del aljibe a la palmera.
Sin que nadie lo viera se tiró la boca al hueco de las palabras. Con las letras hizo el dibujo de la cara de aquel nombre y las balsas bautizadas de la laguna se quedaron mudas. Porque el mundo, que aun no siendo tan nuevo, todavía carecía de palabras para definir la diferencia entre la inteligencia y los sentimientos.
Microrrelatos XXI
Jadeando, con la lengua afuera, en el medio de la ruta, a mitad de camino, sin rumbo.
Beto se propuso seguir hasta donde llegar fuera haber vuelto.
Cuando vio de fondo el almacén de Racchi entendió que había caminado para el otro lado. En ese momento pensó en esa perra que no le contagiaba ni el bostezo. Sarita, una cocker cualquiera.
Microrrelatos XX
Lo que pasaba era qué, en tanto y en cuanto Elena activara su sonrisa, Rolando se condenaba, temblando, a sus peticiones. Algunas de ellas ridículas y las demás no tanto.
El día que Rolando se planteó en serio el tema "Elena" supo qué, en aquel medio segundo en el que ella ofrecía al aire sus hoyuelos faciales, el se ahogaba irremediablemente en aquellos pequeños paramos.
Ni con el amor al revés. Ni cantando acostado. Ni bebiendo desaforado en aquella cantina a la que él solo acudía.
Ni con ninguna otra cosa o circunstancia el se sentía tan regocijado como recorriendo con los ojos, en forma de espiral, desde los pómulos, rozando los costados de esa pequeña nariz, cruzando como por un puente por la comisura húmeda de sus labios, terminando en ese sitio donde explotaba su vehemencia ahuecada en carne. Se dejaba morir, en un final anunciado, como el de las mariposas.
Luego, cada mediodía igual. Elena entraba, sonreía y todo se desplomaba. Desaparecía la gravedad junto con la luz del día. Quedaban solo ellos. Rolando saliéndose de su cuerpo para meterse otra vez en aquellas trampas. Elena, esquivando su propia mirada frente al reflejo de los vidrios.
Solo una vez se rozaron sus manos. Ella le había pedido ayuda, cargada de bolsas, para bajar las escaleras.
Microrrelatos XIX
Nunca mas los vieron.
Nunca mas, dios, tampoco.
Quizás se fueron con sus ojos, adjetivamente descalificados, a un mundo de números que luego desaparece.
Olvidaron sus ruinas ya arruinadas junto a nuestras ruinas.
Dicen que se perdieron en el pedazo de mapa invisible que vive entre Tumbes y Huakillas.
Alguien musito, delirando bajo los efectos de las alcantarillas, que estaban muertos.
Pero ellos siempre vuelven,. Los verán después del revolotear de las palomas sobre los campanarios, a las doce de la noche.
Microrrelatos XVIII "Al otro día XIII"
En la creación primero fue el silencio, después la noche y por ultimo el viento.
Wilson intentaba explicarle esto a Renata, todos los veranos. Ella, como dentro de un capricho, respondía con acalorado llanto y el accedía a abrir las ventanas.
Luego, por un instante, la vida se dormía delante de Renata y despertaba en guerra sobre Wilson, alzado en armas, contra miles de insectos devoradores.
Al otro día, mágicamente encerrados, despertaban transpirados, por haber dormido toda la noche abrazados.
Microrrelatos XVII "Al otro día XII"
La colocaron frente a un lienzo virgen, como en un reflejo de su niñez, con su extraña belleza de caras de Picasso. Su cuerpito infimio voló haciéndose paloma de dos líneas, quieta en un museo.
Con la yema de los dedos fue acariciando los óleos, los acrílicos, los rayos de sombra, las temperas, la carbonilla, las partes blancas, los crayones, los lápices.
Sintió la verguenza metálica de sus pinceles de cerdas, apoyados toda la noche sobre las espátulas. Giró el caballete hacia el lado de la luz y comenzó a dibujar.
Los presupuestos quedaron todos derribados sobre la primera pincelada de fiebre azul, pintada sobre un viento huracanado que doblaba a la izquierda por donde no había señales de cordura.
Desató aromas de pastel en clases de violin.
Le dio volumen a sus manos con sus manos.
Con algodón hizo espuma de una ola de orilla que se iba.
Recitó poemas, a modo de collage, con pedacitos de papel de diario con noticias buenas, en el vértice del cuadro donde se ajustan los costados.
Después sintió todo aquello que no había sentido antes: miedo, impaciencia, amargura, soledad. Cuando la tela estuvo del todo maquillada, ella la dio vuelta y fue totalmente otra cosa.
Respiró hondo, como quien ha cumplido exitosamente la tarea y firmó el cuadro. Antes de irse escribió con letras manuscritas en una viñeta "Solo para locos. O para muy, muy cuerdos, que es lo mismo."
Al otro día tocaron su puerta los del manicomio. Le taparon la boca para que no se exprese y la arrojaron en una celda oscura con sus brazos imposibilitados.
Ella se acomodo en un rincón, abrazándose y en la imagen que proyectaba la luz que entraba por la pequeña ventana de rejas, vio su pintura abandonada.
Microrrelatos XVI "Al otro día XI"
La evocaba siempre, justo en ese instante.
Después, con el corazón buscando calma, los ojos bien abiertos sin parpadear, la respiración estabilizándose, y la parte del mundo irresoluto derramada en un pedazo de papel, se preguntaba qué hacia ella allí. Qué había hecho o que haría después. Por qué le mostraba las piernas al pasar en bicicleta por la puerta de su fantasía.
Recordaba fugazmente los días que la veía cruzar por la plaza de la estación donde le inventaba movimientos, o juegos de grandes, donde ninguno pedía permiso ni perdón.
Pero nada tenía que ver, este cruce real, con las misteriosas y puntuales apariciones desdibujadas.
Probablemente fuera ella, porque sus dientes, perfectamente ordenados, se dormían pasiblemente tras un sereno chasquido, detrás de una luz oscilante.
Probablemente fuera ella y su hermana, al mismo tiempo, también.
Luego, cuando erráticamente terminaba de trasladar todas las partes de aquellos cuerpos meticulosamente desarmados, hacia el tubo del sueño despertado, su imagen se profugaba en la oscuridad de la pieza, hasta el otro día.
Microrrelatos XV "Al otro día X"
Lo parieron arriba de un árbol por culpa de la inundación y ya no se pudo descolgar.
Su madre lo besó en la boca como en una despedida, lo bautizó "Impío" con bronca, al mismo tiempo que le dibujaba un circulo en la frente con su dedo pulgar.
Después se arrojó al agua en busca de ayuda y nunca mas volvió.
Él, tan finito y silencioso, murió en el hueco de una horqueta.
Su sangre pintó la copa del ombú y la corteza envolvió su alma matándola en resina. Aunque sin alas, de tan chiquito, lo mismo aprendió a volar.
Al otro día, cuando el río hubo bajado, vino el leñador para convertirlo en fuego.
Microrrelatos I
Vuelvo a mirar por la ventana, y el segundo aquel, donde se detuvo la vida, ha petrificado las nubes en los vidrios.
Es de día, sigue siendo de día, pero el sol esta negro.
El pájaro que pasaba volando también quedó estático justo delante del sol eclipsando su silueta en uno de los rectángulos traslucidos.
El árbol, impávido, no siente el viento.
No hay viento.
No hay día.
Cierro y abro los ojos como en un sonido oscuro, silencioso. Y el día que todavía no se inmuta. Silencio y mas silencio. Oscuridad y más oscuridad.
La mesa, delante del sillón ilumina la sala. Solo un haz de sombra se esparce por los rincones de la mesada.
Giro la mirada hacia la cómoda y la veo vacía. Giro todo mi cuerpo y me encuentro solo. Hacia atrás, un respaldo de precipicio vertiginoso desborda mi nuca.
Cierro y abro los ojos lentamente. Solo un zumbido ilumina el aire.
Ese pájaro quieto, que pasa volando ha dejado de cantar. Y ese precipicio, detrás de mí, haciendo eco.
Es miércoles.
O es sábado, tal vez.
Ahora es de noche y ya no veo las nubes.
Y en el sillón esta ella, acostada, dormida, llena de belleza, vestida solo de lunares, aquietando el tiempo.
Microrrelatos II
Cuando terminó de leer la frase “queda usted debidamente notificado” fue él el que quedó estupefacto (sorprendido, desconectado, boquiabierto, pasmado, atónito, patidifuso, maravillado)
Pensó rápidamente en sus zapatos azules. Ya no tendría que usar sus zapatos azules nunca más. Entonces se repuso entre lágrimas y se fue para el baño.
Buscó, en su palidez, debajo de la bacha la lata de pomada azul. Después de abrirla la untó con los dedos índice y mayor y la olfateó como un animal salvaje. La miró y le pasó suavemente la lengua. Al principio sintió un sabor amargo, como el final de aquella notificación. Pero rápidamente imaginó que no había abordado aquel bocado con la parte de la lengua correcta. - ¡Claro si la punta de la lengua identifica dulces y esto mas bien se asemejaba a un revuelto de langostas! – Se dijo sin hablar.
Hizo a un costado de la boca la lengua y abriéndola gradualmente, sumergió hasta el fondo el segundo bocado.
Ya sabía mejor, pero evidentemente este no era un sabor amargo y le produjo algún malestar. Se miró al espejo y luego a la lata de pomada. No quedaba mucho pero lo suficiente para saciar su felicidad. Sonrió y luego se dejó caer en la lata con toda la lengua. Lamió nuevamente con más efusividad y hambre, hasta hacer brillar el metal. Un olor empalagoso subía por su nariz. Volvió a mirarse al espejo y con la boca manchada de azul pinto sus manos. Después, con sus manos pintó su cara. Dos rallas en cada mejilla y dos rallas en la frente. Se encorvó, siempre mirándose al espejo, puso una mano en su cabeza, la otra tapando intermitentemente la boca y se puso a gritar como un primate. Ooooooooooooooooohhhhhhhhhhhhhhh!!! oooooooooooooohhhhhhhhhhhhh!!!!!!
Luego, se quedó callado un segundo y se sentó en el inodoro. A través de la puerta entreabierta vio sus zapatos azules, entonces, se levanto gritando, bajó las escaleras corriendo y vociferando. - “Soy un indio, soy un indio!” -
Microrrelatos III
Ayer se fue y la noche, como si se hubiera dado cuenta, se reventó en pedazos. El cielo ennegrecido cayó mojado sobre el manto de hojas que la cubría. Sus senos habían estado mamando agudos dolores que en silencio soportaba. El eco de los ladridos se adormeció en las paredes de barro. Su mirada, lánguida, quedo mirando hacia la detenida aguja del reloj.
Y se fue.
Se fue, olvidando su cuerpo junto a la pelota con la que jugaba. Y ahora, debajo de muchos años de alegría, esta haciendo crecer una flor con la dulzura que ella tenia.
Microrrelatos IV
El toro estaba todavía tiritando de odio, con dos decenas de banderillas clavadas en su lomo, cuando el rodeo se llenó de una espesa ventisca de arena y calor.
Maribel Atienza, la torera, no paraba de mirarlo, desafiante, a los ojos, como si estuviera hipnotizándolo.
Maribel envolvió su antebrazo con el capote de brega rojo y detrás escondió el estoque, como mintiéndole la muerte al animal. Las miradas de ambos se sostuvieron durante varios segundos, parecían estar enamorándose, sin embargo, una de ellas quería vivir y la otra quería matar.
El toro, malherido, en el tercio de muerte, tiraba polvo hacia atrás con sus patas y por su nariz le salía una especie de humo caliente.
Maribel quieta, como al acecho.
Se iba acabando el tiempo para ambos y había que darle paso a la realidad.
Ninguno de los dos esquivó la mirada y empezaron a correr hacia el programado encuentro de fortuito final.
Después del único y atroz contacto fisico entre ambos, quedaron tirados en el piso muriendo. Maribel con una cornada que la atravesó desde el vientre hasta la espina dorsal. El animal con el estoque incrustado en su medula parecía estar yéndose en un acongojado llanto.
Luego de unos segundos de silencio absoluto, otra vez el murmullo, mas tarde el griterío y despues el agitado bailotear de los pañuelos blancos...
Microrrelatos V
No voy a negar que últimamente ando medio confundido, medio descalibrado, pero ver a Susana Giménez vendiendo cospeles en el subte me ah dejado totalmente aturdido, atolondrado.
Es cierto y ya lo he contado varias veces, que me quedo charlando con Napoleón Bonaparte en la quiniela de don Julio o que juego golf por las equinas con la mismísima princesa Diana y solo unos pocos me lo han creído.
Pero me resulta extraño, muy muy extraño, ver a Susana Giménez en la boletería del subte. ¡Y siempre hablando por teléfono!
Microrrelatos VI: "Al otro dia I"
Nunca sintió Nunca que ya estaba muerta.
¡Pobre de Nunca, que no supo ni cuando fue muerte!
Y cuando se encontró perdida en un rumor de patio, dibujado por una esquina afarolada, no entendió si había llovido o si el piso estaba todo mojado.
Se miró las manos entre sombras, como quien no entiende la vida, y se las llevo a la cara, luego despintó el rimel y se lagrimeó una garúa. El único sándalo de la calle Defensa se le perfumó al tiempo, y la muerte, acalorada, se descubría solo a claves de números impares.
Sólo su gusto a ciruela caminó a los saltos ese día, de marquesina en marquesina, mientras que San Telmo se quedó olvidado en un punto de la geografía y sus pasos de tacones se escondieron en una bruma de madrugada.
Tosió fuerte, como Nunca, para comprobar si seguía con vida.
Después se sentó en el cordón de la vereda y se puso a formar figuras con el contorno de los adoquines, como lo hubiera hecho con las nubes.
Otra vez pensó en muerte y murió sin enterarse.
Mas tarde prendió un cigarro eterno, fallecido, y se dejo esfumar con el humo.
Al otro día el sol salió, redondo, como cada martes. No supo si lo que veía era una realidad distorsionada o si, en sensatez acumulada, era una distorsión real, ya que su estrabismo estival se había convertido en un esnobismo de hastío. Ya tampoco vio, nunca más, al cántaro volar, porque Nunca había roto la fuente.
Microrrelatos VII: "Al otro dia II"
Volví por la 29, como cada noche, por ver si la veía regresar de su trabajo.
Volví escuchando un tango, por sentir, tal vez, su perfume de abejas.
Todo fue muy extraño. Algo se veía irreal.
Frené en cada bocacalle abusando de algunos segundos por ver si la veía doblar con sus manos limpias de pintura.
Mire al cielo, por si la veía volar con su jarrón de calas al óleo, repartiendo sonrisas por los techos de las casas.
O por las cornisas, como una gatita.
Solo una escoba olvidada en el medio de la avenida me hablo de ella. Como si una bruja pudiera volar sin usarla!
Pero no encontré ni sus manos, ni sus monos, ni su pasamanos, ni su ombligo atravesado por el dolor.
No la vi.
No la encontré.
Y la supuse encorsetada a su Diego. La pense desnuda, dormida, anestesiada, alcoholizada, dolorida, triste y feliz.
Ni el camión de la basura rompió con tanto silencio.
Todo el paisaje se iba acomodando como en un rompecabezas pero la imagen no terminaba de completarse sin ella. La 29 se rompió contra la 40, se hizo dos y ya no supe a donde mirar. La Municipalidad, a mis espaldas, se había apagado de su violeta estridente. En la plaza no quedaba nadie ni nada, solo dos bicicletas sin dueño atadas a un árbol de la 24 y un farol acosado por una bandada de cotorras.
A la mañana siguiente todo volvería a la normalidad. Los tribunales, la municipalidad, los bancos, los bares, los negocios, la señora, los chicos del colegio y las ventanas abiertas de par en par para expulsar el vaho de una noche agitada.
Microrrelatos IX "Al otro día IV"
Le convidaron paraguas en un semáforo lluvioso, emplazado casi boulevard en una calle cerca de Bouchard, a lo Luna Park, como un perro mojado que le dijo con las orejitas quebradas que "no había lo que no tenia" y ella se puso a llorar.
Nadie vio las lágrimas porque el cielo se confundió de angustia y el paraguas se fue de viaje. El semáforo se puso maduro cuando la calle se desarticuló junto con el ruido que se hizo figuras del aire.
Empezó a contar sus enfermedades pero le faltaba una.
Recordó que lloraba porque le habían mentido el cumpleaños durante la infancia para esquivarle el regalo. Ella recién se lo desayunaba.
Sacó de su costado, como quien saca un arma, una tarjeta de crédito, luego gritó bien fuerte, al cielo: "¡Ya van a ver!" Al otro día tomo café, como siempre, pero viajó en colectivo.
Microrrelatos XIII "Al otro día VIII"
Asustaba su mirada tan latinoamericana, mezcla de perdoncito y sexo naufragado. Mezcla irónica de fritanga y tensa piel caoba.
Le daban ganas de abrazarla, de llevarla a "El Cuartito", de secarla y dormirla.
Tenia miedo, entonces se fue a caminar solo por la costanera, desde el puerto hasta el aeropuerto, sobre sus zapatillas Topper. Pensó en "El Obrero" pero el viaje a pie seria casi suicida. El río parecía una gran moneda de oro, con algunos barcos en el horizonte como relieve de una sola cara y caviló en "Roberto".
Se detuvo frente a su billetera y dudó en "Million" pero otra vez seria demasiado, no para los pies sino para su economía. Y si era por comida, se le ocurrió "Maroma", pero ella vedria con su vestido florido, con una flor mordida en su pelo, y con su perfume de flores, entonces no cuajaría con aquella combinación.
Al otro día la llamó por teléfono para invitarla a la calesita, pero la madre le dijo que Martita ya había salido.
Microrrelatos VIII "Al otro día III"
Primero un poco los pies, desnudos siempre, y poco a poco todo mojados.
Tal vez, mas tarde, las manos y un poco la cara, desnudas claro.
Con los dedos, los hombros. Y con las manos los pechos y la panza, ultrajando así la dirección de los vertederos naturales de la piel.
Las piernas flexionadas obligándose un viacrucis de miradas, terminando por las nalgas apoyadas bien finitas en el borde.
La desnudez del sol, donde confluyen aquellos caminos curvos, justo arriba del espejo de agua. Por ultimo las caderas, los ojos, los dientes y la lengua, recogiendo del submundo marino la sal y la oscuridad.
Detrás una madeja de botones desnudos y arrancados, derramados en el pasto, que vieron anochecerse desabrochados.
Al otro día se sumergió sola, en la agresividad de la palabra carne, inundada de harapos.
Microrrelatos XII "Al otro día VII"
Cayó al ostracismo por la ambigüedad de su hiel.
Desde el destierro fueron sanando sus narices y de apoco fue recobrando el olfato. Sintió primero un leve aletear de albahaca mezclado con cantimpalo, azúcar morena y sudor de eucaliptos. La piel, que estaba tiesa, se estimuló multiforme.
Todos sus sentidos fueron evolucionando.
Escuchó desde una cueva oscura, en el medio de la ciudad, el sonido de un arroyo verde cayendo entre sauces, una paloma haciendo el amor, sola, en una ventana de colores y el leve crujir de termitas poseídas por la gula. Vio, con ojos perdidos, la tibieza de un atardecer violeta entre árboles de limites transparentes y frutos sin pecados.
Al otro día, un turista oriental le preguntó, con un confuso idioma castellano, dónde quedaba la Diagonal Norte, y el, parado sobre Roque Sáenz Peña, no lo supo conducir.
Microrrelatos XI "Al otro día VI"
Hizo bien, porque si no era ayer, hubiera sido mañana.
Ella le había pintado un mundo y después fue otra cosa.
Se dio cuenta cuando la vio ahí, saliendo y saliendo de aquel sitio, con sus zapatos de tacos quemados, como quien pasa de una historieta de mal gusto a un sueño o de una pesadilla a ninguna parte. Estuvo ahí, yéndose, como quien vuelve a entrar permanentemente, impuntual, siempre a la misma hora. Hizo bien, agarró el corazón de ella y lo sepultó en sal. Después, ya desangrado, decantó el liquido morado y lo envolvió con un trapo de cocina. Caminó por la veredita de ladrillos y lo enterró debajo del geranio, justo al lado del cadáver de la ultima ardilla fallecida.
Luego, mientras le improvisaba un arreglo floral pensó que, aun así, ella sonreiría.
Al otro día se levantó apurado para borrar el ultimo mensaje equivocado, escrito con vapor en los azulejos del baño. Tosió fuerte una resaca, caminó cuadriculado por la galería y tomo la genial decisión de cambiar de rumbo.
Chiapas quizás, Maroma o Mancora. Manaure, Cuzco o Montañita, donde la certera magia se aparecería conmovida por la gloriosa energía de la humildad.
Microrrelatos X "Al otro día V"
Hacía lo que ella quería porque, como premio, le regalaba la mejor de las noches.
Llevaba fotos de su rubiez en su billetera y en ronda de amigos siempre buscaba pretextos para mostrarlas. Cada foto nueva sorprendía como la primera. Cada gesto incrédulo escarbaba hondo en su ego. Inflaba el pecho lleno de alegría y se retiraba feliz.
Al llegar a su casa se colocaba la cadena, solito, en el cuello. Se echaba al pisio, y con las manos haciendo "perrito" se dejaba acariciar la panza. En dos gritos lo retaban a subirse a la cama y el obedecía. Ella aparecía por el vestíbulo vestida de negro, con una vara metálica, ensangrentada. Al día siguiente procuraría la camisa de seda y el almohadón de plumas de ganzo.
Microrrelatos XIV "Al otro día IX"
Se vestía presurosa y bonita para que la desnuden crueles y salvajes. Al otro dia, se vestía sola, con el alma solamente herida.