DE COLECTIVOS

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Línea 33. Ciudad Universitaria – Monte Chingolo

Subió en Ciudad Universitaria después que lo echaran sus colegas que decían ser dueños de la zona de trabajo. El colectivo verde dio la vuelta obligada por las calles interiores de esa facultad y aceleró por Int. Guiraldes.
Tenía para “regalar”(no para vender), para el bolsillo del caballero y la cartera de la mujer, el mejor de todos los bolígrafos que se hubieran fabricado en el mundo, Llevaba un bolso de mano muy cargado y el costo era tres veces inferior al que se podía conseguir en cualquier librería. A ese módico precio y con una escarapela de regalo nadie podría negarse. Todo aquel pasajero que quisiera observar la mercadería podía hacerlo sin compromiso de compra, y con un efusivo agradecimiento, que retumbaba en las paredes del 33, llamaba la atención de los que aún tenían dudas de llevar el producto.
Los jóvenes estudiantes, algunos con música en los oídos, otros repasando los apuntes del día y otros mirando el paisaje del Río de
la Plata, no reparaban en la invitación del hombre que con mirada sincera se paseaba por el pasillo tomado del pasamanos. Bajó en el Aeroparque Jorge Newbery esperando el próximo intento. Con el dedo índice pegado a la altura de la cintura y con un gesto tímido paró otro 33. El interno 125 venía un poco más cargado. Las maquetas de los estudiantes de arquitectura le impidieron llegar al fondo, sin embargo un novato viajero se animó a comprar algo que no tenía la seguridad de que alguna vez funcionara. El hombre, astuto, hacía una prueba de calidad siempre con el mismo bolígrafo, pero entregaba los que venían cerrados con el prendedor blanco y celeste. Con dos pesos más en su bolsillo se bajó frente al complejo Costa Salguero donde R. Obligado se confunde con R. S. Castillo. Otra vez, la palma de su mano izquierda, húmeda, encerraba la esperanza de llegar con más dinero a su casa y la derecha intentaba parar su próximo local móvil.
El 45 le voló la gorra de gamuza que cayó en un charco de agua donde el sol del mediodía se achicaba con un baile sereno y pausado. El 33 nunca le fallaba. “Hola Charly!” Le dijo al chofer del interno 35 que ya lo conocía.
“No le vengo a ofrecer...” Y otra vez el mismo verso, para que solo una señora, que se bajaba en el puerto, le llevara ilusionada un regalo a su hijo
Se sentó en el primer asiento a charlar con el colectivero para descansar un momento. “Está dura la mano, che” y “Qué se le va’ ser...” eran las frases hechas que no podían faltar. “Y la bruja me espera con la sopa” y “
La Romina ya me empezó el primario” se decían como para seguir la conversación. Dejó pasar la estación de Retiro para no volver a tener inconvenientes y subió a otro 33 bajo el reflejo vidrioso de las torres de Catalinas. Después de L. N. Alem y la Vuelta de la Rábida volvió a bajar en las recovas de la Av. Paseo Colón.
Desde los grandes remates de la aduana al interno 20 por Almirante Brown, y de un colectivo semivacío, que cruzó el puente Nicolás Avellaneda a su casa en Dock Sud por veredas donde el pasto desborda las baldosas flojas. Silbando se puso a contar la recaudación del día para que su estómago le preguntara qué se podía comer y revolviendo, con su pensamiento, el guiso de la noche cantó una canción:


Cuando la suerte que es grela
fallando y fallando, te largue parao,
cuando estés bien en la vía,
sin rumbo desesperao…

Línea 152. La Boca - Olivos

Juan es el dueño del colectivo. No lo obligan a usar camisa pero él igual se pone una a cuadritos. Las chicas con libros y carpetas no paran de subir y bajar desde el Tren de la Costa hasta Paseo Colón y San Juan donde se encuentra la sede del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Todas huelen a perfume de azahares. Avenida Maipú (en provincia) se hace Cabildo debajo de la Avenida General Paz. Este tramo se hace lento porque el subte quiere romper el límite entre los barrios de Saavedra y Belgrano y su construcción demanda mucho espacio sobre la misma calle. Cabildo se hace Santa Fe luego del viaducto Carranza, unos metros después de pasar por el Instituto Geográfico Militar a la altura del 400. En cuanto asomamos la trompa del colectivo por el túnel vemos el Regimiento Patricios que comparte su predio con dos hipermercados, en el barrio que fuera bautizado en honor a Juan Domínguez Palermo, quien compró gran cantidad de tierras en esta zona para sus quintas. Por arriba de nosotros, en el puente Pacifico, pasa el tren gasolero de la línea San Martín rumbo a la estación de Retiro. El shopping Alto Palermo, a la altura de Coronel Díaz, hace rebotar con sus ventanales el sol de la primavera. Más adelante, siempre por Santa Fe, nos chocamos con la plaza San Martín justo donde se encontraba la plaza de toros inaugurada en los años1800 y luego desactivada por el Gral. Eustaquio Díaz Vélez. “Aquí termina el paseo y nos ponemos a trabajar”, bromea Juan, mucho más distendido que choferes de otras líneas. Esmeralda para Avenida Libertador y Avenida Libertador para el bajo. El creador del partido Radical, Leandro N. Alem, nos impone canteros y semáforos por todos lados. El Correo Central, donde termina Av. Corrientes, descansa mirando gente almorzando sobre la plaza. La Casa Rosada espera impaciente que algún gobernante la haga resucitar. Una vueltita por plaza Colón para retomar el contorno de la ciudad. El Edifico Libertador está tan blanco y limpio que hace sospechar. El Ministerio de Economía y el Banco Hipotecario toman sol en Plaza de Mayo. Después de pasar por debajo de la autopista 25 de mayo, aceleramos por Almirante Brown para pasar frente a la “gloriosa” Bombonera “la cancha más importante del mundo”, según Diego Armando Maradona. Luego bordeamos el Riachuelo mirando el puente que Benito Quinquela Martín tomara como fuente de inspiración para darle vida a su renombrado arte pictórico y Vuelta de Rocha para descansar hasta el próximo viaje sobre el mítico pasaje Caminito, lugar que inmortalizara Gabino Coria Peñaloza con el tango que lleva el mismo nombre.

Línea 7 Parque Avellaneda - Hospital. Ferroviario

En la pasión de un beso joven la noche acaba con la mañana. Ella se queda en la cama despierta hasta que le toque su turno. Él, luego de dos o tres mates, corre para ser puntual. Las bocinas tapan, agudo, el cantar de los gorriones. La expendedora de boletos se traba al arrugarse el papel antes de poder salir. Ramos Mejía es el nombre de esa calle plagada de toldos, vendedores ambulantes y paradas de colectivos. Una ráfaga de tierra ensucia las veredas del Hotel Sheraton y de otros edificios que ocuparon el espacio del Parque Japonés. En la mansión “El Retiro”, que mandó construir el gobernador Robles a principios de 1800, las lágrimas de los inmigrantes se transformaban en sonrisas al sentirse cobijados bajo cielo Argentino. “Che papusa oí” canta Roberto Goyeneche, y el chofer acompaña tarareando el tango. “Cuando hace mucho frío tenemos que usar camperas porque las ventanas no cierran del todo bien”, murmura José, cansado por tanto trajín. “Igual, la vieja me espera cerca de la terminal, en el Hospital Ferroviario, y eso me pone contento”.

Obligado, pasa por la Avenida del Libertador y Leandro N. Alem, donde el monumento de mármol negro a los caídos en la guerra de las Islas Malvinas sangra un contraste de injusticia con el frívolo verde de la plaza San Martín. Sube por Reconquista entre reposterías árabes y bebidas irlandesas hasta la avenida Córdoba. Las Galerías Pacifico, con muchas propagandas y exposiciones. Un poquito por Esmeralda y otro poquito por Paraguay para dar la vuelta y empalmar Maipú. Deja atrás el Hotel Libertador y el edificio de Radio Nacional para encarar derecho hacia el Congreso por Avenida de Mayo.
La plaza Misserere sigue tan convulsionada como siempre; parece tibia alrededor de tanto frío. A la par del tren de la línea Sarmiento recorre tan solo cinco cuadras y contando la descendencia del Gral. Urquiza llegamos hasta Venezuela. Al meternos en el barrio “cuervo”, tocamos Sánchez de Loria y Agrelo.
La Av. Boedo yace inundada de árboles y de cafés de antaño. Carlos Calvo conserva la imagen de San Cristóbal y lo guía hasta la Avenida La Plata donde vemos la Iglesia de La Medalla Milagrosa, en pleno corazón de Caballito. Un pasajero pregunta si por el tramo Asamblea, Valvastro, Varela, donde se encuentra le Cementerio de Flores se puede andar de noche y encuentra en el gesto de la cara de José un signo negativo. En Villa Soldati, junto a los más humildes, se encuentra Evita Perón contemplando la noche calma pero misteriosa. El parque Brown, imponente, descansa junto a ella. Son las últimas cuadras de José en su primer recorrido del día. Lacarra, Santiago de Compostela, Mozart, y dos o tres más… pero hay que pensar en el sábado y el domingo que también hay que trabajar.

Línea 29 La Boca – Olivos

La sinfonía singular de las mañanas lo despertó, como todos los días, con un timbre de rutina. Amaneció húmedo por una irrespetuosa lluvia y sus ojos, tibios y somnolientos, lo guiaron por el mismo camino de todos los días. Subió corriendo las escaleras del vehículo, saludó a los compañeros y cantando bajito se sentó frente al volante. Los árboles de copa frondosa bailaban un vals con las nubes cargadas de penas. Las calles adoquinadas y las paredes barrosas se besaban vergonzosas, subterráneas, para que nadie las viera. Roberto respira profundo y su pie derecho pone la mañana en movimiento.


Magallanes, Pedro de Mendoza y Alte. Brown están resbaladizas, el Riachuelo las baña con su pesada neblina. “La nave” (así le dice él a su colectivo) dobla en Suárez, en Necochea y en Villafañe para retomar, otra vez, Alte. Brown y pasa por la puerta del Museo de Bellas Artes de
La Boca. “Xeneixe es el dialecto genovés utilizado en “La Boca del Riachuelo” por los inmigrantes en el siglo pasado”, le comenta Roberto a un pasajero.
Bolívar observa desde sus triunfos liberadores el letargo del día y apoya sus pies descalzos sobre
la Plaza de Mayo, muy cerca de la casa de gobierno. La diagonal Norte, Roque Sáenz Peña, se clava como un puñal en el obelisco. Sarmiento, por la central del demacrado Banco de la Provincia de Buenos Aires, Libertad, por la tecnología de equipos electrónicos de procedencia indefinida, Lavalle, por los Tribunales de Justicia y por Paraná hasta Av. Córdoba.

“Ya no estoy contento por tanto trabajo, pero tengo cinco hijos y los hay que alimentar... “(sic) Resignado Roberto, que a pesar del mal tiempo, en todo sentido, sigue en la lucha. Pasa por la plaza Houssay, desolada, con la ausencia de toda esa gente, mezcla de estudiantes, hippie’s y profesionales que se suman al paisaje de albergue de “homeless”. En la parada de J. J. Paso sube un hombre con un bandoneón y, para el público apretado, canta una canción. El fuelle abre sus pulmones y llora una pena en la mirada de quien lo sostiene. Los dedos amarrados a la melancolía del día gris no cesan de acariciar teclas ciegas de profundas melodías y por las ventanas las figuras de edificios idénticos pasan lentamente. Después de pasar por la plaza de los perros (Plaza Monseñor De Andrea) entre Jean Jaures y Tomas Manuel de Anchorena nos perdemos, en bajada, hasta Güemes por Gallo y le damos una caricia en la cabeza al Hospital de Niños R. Gutiérrez en el cruce de Paraguay. Esquivando las perforaciones de la calle llegamos a Darregueyra y nos metemos en Av. Santa Fe pisando mordido el pequeño boulevard que separa la dirección de los automóviles. Saliendo de la simetría céntrica, L. M. Campos parece ser una perfecta diagonal, pero no es más que una curva que apunta hacia las barrancas del barrio de Belgrano contrapuesta a la curva que empieza a realizar Santa Fe (luego Cabildo) apuntando al Belgrano Residencial. Muchas embajadas en Virrey del Pino y en Virrey Vértiz, una cuadra por la pedregosa Juramento otra por 11 de Septiembre de 1888 y tres más por Mendoza para sumarnos a la onda verde de la Av. Del Libertador. No pasan inadvertidas las siluetas del estadio del Club River Plate ni la del gimnasio del Club Obras Sanitarias y mucho menos la del edificio de la Escuela de Mecánica de la Armada unos metros antes de salir de esta ciudad. Roberto cuenta sin que le pregunten: “Nunca miro a mi derecha cuando paso por esta larga cuadra”...

Línea 146 Correo central

Esa noche alguien se había puesto a tocar la guitarra en el bar de Roberto, en Almagro, pero nadie lo escuchaba. El “rengo Congo”, un escuálido personaje de barrio, esforzaba su voz ronca para que lo oyeran, pero los grillos del arrabal habían enmudecido una atmósfera pesada. La lumbre del descascarado almacén le cantó un grito de pocos aplausos en la cara cuando el smoking le apretaba las angustias al cuello con un moño repleto de recuerdos. Evocaba cada noche a su madre, buscándola por los pasillos del conventillo de sus añoranzas y las calles sinceras de sus sueños lo estancaron en una parada de infelicidad.

El 146 venia desde el centro gambeteando calles. Taco en Rosales, pase corto y pared con Perón para correr rápido por L. N. Alem y Rivadavia. Mas adelante tiró una diagonal en Roque Sáenz Peña para desestabilizar a un Sarmiento que corría paralelo a Perón.
El colectivo frenó en la esquina de Bulnes, el rengo esperaba abrazado al poste como una marioneta abrazando a la luna. El caballo de la calesita, en la plaza Almagro, se quedó mirándolo con miles de niños invisibles que jugaban a la sortija. Subió con alguna dificultad por su renguera, tenía una piel amarillenta, ojos grandes y tristes y una dentadura arrasada por sus derroches de juventud. La noche era calma, pero la garúa no daba tregua. En los días oscuros se acordaba de su novia de la infancia y se preguntaba si, alguna vez, hubiera podido estar con otra mujer. Fiel a su destino se dejo llevar por las amarguras del pasado. El colectivo se hundió en Potosí por los rieles de la injusticia mientras el macilento esqueleto de un hombre que tenia un mundo tan grade como su barrio se desplomaba en un asiento cualquiera y su frente agotada
quedaba en un vidrio para ir mirando el paisaje lúgubre de las casas coloniales. Pensaba con palabras y hablaba con miradas, solo reía por dentro y nunca se le escapó una lágrima. Las imágenes de sus amigos fallecidos quedaban estáticas cada vez que pasaba por el Hospital Italiano. En la curva de
la Av. Patricias Argentinas, que acaricia la arboleda del parque Centenario, se reprochó su intransigencia en esta vida. Sus años destilados pasaron miles de veces por esos lugares sin haber dejado, jamás, ninguna marca. La barriada lo ignoraba y el pueblo nunca lo conoció.
Se ensancho su pensamiento en
la Av. Ángel Gallardo concluyendo en que su vida nunca fue suya, que al igual que un títere, una mujer lo había manejado por diversión y otra por que lo creyó su propiedad.
La modesta casa de su niñez se ubicaba en Gaona y Av. San Martín, justo donde dobla el colectivo y al pasar por la puerta le hizo, como siempre, un guiño de complicidad. Cada vez que la veía le parecía escuchar el ruido de las carretas que partían desde la pulpería “
La Paternal” para Lujan por el “camino a Moreno” que se confundía con otro ruido, el de la instalación de vías y adoquines de granito para el tranvía.
El interno 12 dobló en Beiró, la avenida que lo deja en su casa, en la puerta, en la cama. En un acto protocolar saco su reloj de bolsillo para ver en las agujas inmóviles la hora de ir a dormir. De otro bolsillo saco un manojo de llaves y, de la misma manera, eligió una para abrir su puerta. Su casa era el puente de
la Av. Gral. Paz, su puerta estaba siempre abierta y su cama deshecha... bajo la inmensa y despiadada noche...

Línea 10 Palermo - Wilde

La enorme cantidad de peluches apenas dejan ver que estamos partiendo desde los bosques de Palermo. Intento acomodarme para fotografiar la réplica de la Venus que mira al cielo, pero el reflejo de un disco, que bailotea debajo de los espejos, me golpea en la lente y me distrae. Le damos una caricia a la Avenida del Libertador desde Intendente Bulrrich hasta Lafinur. Esta claro que los hijos del chofer se llaman Claudio y Yésica (están impresos en cada rincón del colectivo y en sendas imitaciones de patente.) Volteamos por Cabello, leemos unos versos de Raúl Scalabrini Ortiz y ya nos metemos de lleno en Avenida Las Heras. Mientras repasamos sus batallas triunfantes pasamos por la ex cárcel, hoy convertida en un parque, que albergara presos políticos en la época del autollamado “proceso de Reorganización Nacional”. También pasamos por la impactante arquitectura de la Facultad de Ingeniería, edificio que debería estar protegido por el gobierno de la ciudad de Buenos Aries. Por Montevideo nos alejamos de una avenida semi gris para darle un vistazo a una de las avenidas más coloridas de la ciudad, Santa Fe, que parece estar siempre de buen humor y por un par de minutos nos olvidamos de cualquier problema. Maipú se traba hasta que cambia de nombre (Chacabuco) en Av. Rivadavia, tardamos lo mismo que en todo el trayecto anterior. Luego Avenida Caseros, pasando por el museo del pintor argentino Xul Solar, doblando en Bolívar para clavarnos en Regimiento Patricios. El edifico de alpargatas nos muestra, cruda, la realidad del país en estos tiempos. Después de pasar por Iriarte y Herrera y atravesar el viejo puente Pueyrredón el viaje durará una hora y media hasta llegar a Villa Dominico, al sur del gran Buenos Aires. Carlos, el chofer, todavía tendrá que dar dos vueltas más.

Línea 12 Plaza Falucho Puente Pueyrredon.

Fileteado en la parte trasera del micro dice “El tutu de Rubén”. En el espejo retrovisor interno hay un duende ahorcado con un resorte que no para de moverse al ritmo de la cumbia villera. De Luis Maria Campos y Dresco, en la plaza Falucho para Santa Fe a la altura del 4900. No me animo a mirar para Fray Justo Sta. Maria de Oro donde se encuentra la “zona roja” de la prostitución. En todas las esquinas por diez cuadras sin cesar hay gente repartiendo volantes que dicen “Parrillada libre a $7”. Las 7 hectáreas del jardín botánico nos llenan los pulmones de alegría. Derecho por Santa Fe vemos renovada a la histórica confitería San Martín, en la esquina con Salguero, que se ha cambiado el vestido y luce de moda. Después nos metemos sin peligro en la batalla de Riobamba (en Ecuador, al mando de Juan Lavalle el 21 de abril de 1822) y la de Combate de los Pozos (en Perú al mando de Brown) separadas por el Congreso de la nación (edificio construido por el arquitecto Víctor Meano) Hoy es la primera vez que vemos subir a un guarda. Charla unos segundos con el chofer y empieza su recorrido. Golpea con la perforadora en el respaldo de un asiento para que el supuesto dormido muestre su boleto. Pavón, que según la voz del chofer es la Batalla librada el 17 de septiembre de 1861 a orillas del Río Pavón entre el ejercito de la Confederación Argentina (Urquiza) y el ejercito de Buenos Aires (Bartolomé Mitre) nos dura solo dos cuadras asta que asume Mitre en 1862 al mando del Poder Ejecutivo Nacional. Nos subimos a Lima Oeste acariciando la plaza de la Constitución. Bordeamos por Brasil y Gral. Hornos el ex Ferrocarril Roca, hoy llamado Metropolitano. Por debajo de la autopista no metemos en Finochietto. “El divino” así le decía su hermano al mas prestigioso cirujano que tubo esta ciudad en las décadas del 30 y 40 y una cuadra después en Av. Montes de Oca vemos el Hospital de Pediatría de Pedro de Elizalde. Bagley es una famosa fábrica de galletitas que se encuentra sobre esta avenida y la Parroquia de Santa Lucía hasta la altura del 550.

Línea 1. Primera Junta – Estación Morón

Muy temprano por la mañana se toma un café para despabilarse. Parte de Guayaquil y Bertres de espaldas al Shopinng Caballito que se encuentra en la calle Rosario frente a la plaza Primera Junta. La replica de la veleta con forma de caballito hace tiempo que ha dejado de girar, pero Gonzalo Gómez, un novato colectivero no la puede imitar. Parte con un solo pasajero que se acomoda con su bolsa de compras en el último asiento, cerca de la puerta trasera. Da la vuelta y retoma por Avenida Rivadavia que en algún tiempo se llamara Camino Real y luego Federación.

Carabobo es la primer avenida importante que cruzamos, dice Gonzalo entrando en confianza con otro pasajero. Tiene bajada de la autopista, por eso es que hay mucho movimiento de autos. (Estudia para guía de turismo y disfruta de cada pregunta) No necesitamos que nos avise para darnos cuenta cuál es. Justo en la esquina, en la puerta de una farmacia de la moderna cadena Farmacity donde tuvo su quinta llamada “Palacio San José” el general Urquiza después de la guerra de Caseros y donde promulgo la Ley Fundamental y el pacto de unidad Nacional, vemos el reloj Citizen clavado a las 7:00 . Dos cuadras más adelante pasamos por la Plaza M. De Pueyrredón, conocida popularmente como“ Plaza Flores” que no era mas que un baldío antes que plantaran numerosa cantidad de árboles. La iglesia donde se realizo el funeral de Manuel Dorrego, se encuentra frente a esta plaza, recibe su nombre gracias a José De Flores, quien donara terrenos para la urbanización de esta región de la ciudad. Sin cruzar las vías del Ferrocarril Sarmiento en ningún momento pasamos por otra avenida importante. San Pedrito que del lado norte se llama Nazca tiene un importante flujo de camiones que circulan en ambas direcciones. Más adelante Mariano Acosta se hace Segurola y más adelante todavía Lacarra, Carrasco y Escalada, Irigoyen. En esta parte final de Av. Rivadavia, en el barrio de Liniers los negocios de electrodomésticos y las iglesias evangélicas parecen estar en auge. Cuando pasamos por debajo de la autopista Perito Moreno nos damos cuenta que estamos muy cerca de la Av. Gral. Paz. Nosotros llegamos “hasta acá”, junto a la fila de colectivos rojos 161. Gonzalo va a pasar entre asentamientos de indigentes y quintas valuadas en millones. “Es la ley... de la Argentina”, concluye resignado.

Línea 70. Retiro – Pompeya.

Esta cruzado de brazos en la terminal de Retiro. Tiene ojeras moradas y una barba terrosa. Desinflado por la presión atmosférica y cansado de tanto andar, mira con ojos vidriosos una luz que entra por el ventanal del galpón.

Quien lo maneja, el joven Miguel, tiene las venas anudadas entre espinas y en el pecho una silicosis de amor. El gusto alcohólico de su piel opaca el cuero del volante y una lagrima sucia, que recorrió su mejilla, se posa en el ojal de su camisa para quedarse allí como un dorado clavel. A las seis de la tarde de un día que se enfría, cuando las células enamoradas de un hombre no encuentran su cobijo, se convulsionan y anulan la racional forma de pensar de las inmunes a los sentimientos. Los pasos que caminaron por sus entrañas le duelen al hablar y el día, que tampoco ayuda arremete entre hojas de otoño y un aroma de arrabal.

En una ceja lleva pintado un grotesco numero setenta y en la otra un luminoso “Retiro- Pompeya” En el bigote dice “Por Luna” Y en la boca dos gritos roncos que deja al partir.

Miguel sabe que su colectivo recuerda la ruta a la perfección pero, inevitablemente, deberá movilizarlo. Una anciana sube en Ramos Mejía y se sienta en el primer asiento luego de haber juntado las monedas que le escupió, apresurada, la maquina de los boletos. Abajo se mueven en cámara lenta. Arriba, cada sonrisa que él recuerda es un volantazo y una insoportable sensación de desamparo. Sube haciendo fuerza por los adoquines de Maipú. Dobla en Arenales y ve esperanzado en el reflejo de la Cancillería Argentina unos arrepentidos ojos negros. Acelera por Suipacha salpicando la vereda de la Iglesia de Nuestra Señora del Socorro. Le pasa finito al puesto de diarios de la intersección con Marcelo T. de Alvear y con el semáforo en rojo cruza jugado la Av. Córdoba.

Leal como un caballo responde, meticuloso, a cada pedido de Miguel. Primera y segunda, tercera y hasta cuarta por una calle que debería ser transitada a 30 km/h. Siente dolor cuando se choca el cordón de la vereda en el cruce de Rivadavia. El también la recuerda a Matilde subiéndose en el lugar donde Suipacha se hace Tacuari. Viajaba apoyadita en el parante de hierro junto a la butaca del chofer y su carcajada era el desencadenante de los más largos besos nocturnos. Su escote lo distraía al doblar en Martín García y la calle vacía la avergonzaba con una mirada agazapada entre árboles desnudos.

El recorrido se les hace largo y tedioso. El colectivo empieza a toser una desregulada fatiga en el semáforo de la Av. Regimiento Patricios. Miguel vuelve a dejar caer una lágrima y se pone ansioso por llegar a la terminal. Diecisiete desniveladas cuadras para doblar en Iriarte. Las barracas están desoladas y su movimiento laboral desaparecido. El paisaje triste de una inundación de soledad se convierte en un mapa colorado dentro de los ojos de Miguel. Ahora el cansancio de la borrachera de ayer supera a los nudos de sus venas. Intenta hacer un rápido movimiento para pasar por Magaldi sin pisar ningún pozo. La maquina, totalmente pintada de verde, siente el perfume de Matilde.

Para en medio de California a comprar una botella de vino y sigue.

Se asoma Luna en el barrio de Pompeya. Las villas que yacen en la rivera del Riachuelo toman un tinte rojizo. Se acerca la calle Zepita y el portón de la terminal oxida el paisaje de otro día triste. Una sombra confunde la silueta de una mujer. El motor se apresura como el corazón de Miguel. Es delgada y esta sentada en la puerta del galpón. Sus piernas apenas se mueven. Es el inconfundible aroma de Matilde pero la sombra desaparece y el motor se apaga haciendo volar las ilusiones con las hojas del atardecer.

Línea 132 Retiro – Cementerio de Flores

Plomizo el cielo y la calle silenciosa. En el aire un aroma de esperanza utópica y un sabor de incertidumbre que se apodera de la ciudad.

En su segunda vuelta, casi llegando al mediodía, parte de la terminal de ómnibus de Retiro por Antártida Argentina. Las estaciones del Ferrocarril están siendo remodeladas empezando por la Línea Mitre (la única línea en la que los trenes tienen aire acondicionado y música funcional). No hay mucha gente en las paradas de Ramos Mejía ni en las de Leandro N. Alem, pero subimos por Córdoba y al llegar a la peatonal Florida ya quedan pocos asientos libres. El avión pintado de la propaganda de Varig parece estar aterrizando sobre los techos de los edificios de la calle Cerrito. Después de pasar por la plaza Lavalle a la izquierda y el consejo Nacional de Educación a la derecha nos espera sentado pesadamente el barroco edificio de Aguas Argentinas. Muchos estudiantes viajan después de su trabajo hacia la parada de la facultad de Ciencias Económicas donde funcionara años atrás la facultad de Medicina y donde se produce un intercambio de pasajeros (los que bajan a estudiar y los que terminan su clase y se van para la estación del ferrocarril Once, rumbo a zona oeste). La flecha del semáforo nos detiene en la mitad de la bocacalle en la intersección con Av. Pueyrredón. Abarrotados los productos se muestran desinhibidos en locales apretados y en mesas de vendedores ambulantes para ser vendidos a los precios más bajos del mercado. Luego de otro intercambio de pasajeros (los que bajan en la estación y los que suben rumbo a Flores) damos la vuelta por plaza Miserere y cargamos por Av. Rivadavia. De la mano de la línea A de subte hace un paseo por el barrio de Balbanera. Desde el Café Las Violetas, en la esquina con Av. Medrano, recuerda los lotes adquiridos por la familia Almagro en el año 1839. En el parque Rivadavia, los domingos a la mañana, filatelistas muestran con orgullo sus estampillas e intentan conseguir algunas difíciles, pero los que más venden sus productos son los que copian discos de música y programas para las computadoras. En la esquina con Cucha Cucha el chofer le indica a un pasajero que debe bajarse y le cuenta que en algún tiempo hubo una pulpería con una veleta en forma de “caballito”. A la altura del 6400, doblamos en la calle Terrero (familia que poseía una quinta donde se ofrecían grandiosas fiestas y reuniones políticas a las cuales asistían importantes personajes de la ciudad)

En Yerbal, se nos va acabando el viaje. Carabobo mira y saluda a Eva Perón. Pedernera juega un picadito con el Cnel. Recuero, Av. Varela, Saraza, hasta Pedernera.




DE AMOR
DE COLECTIVOS
DE TANGO
DE FUTBOL
DE OTRAS YERBAS

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