DE FUTBOL

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Futbol eterno

El partido terminó cuando la pelota, en la zanja.
Iba para el curro, con la panza extraordinaria. Dolor de campeonato perdido todo por su culpa.

La pelotita de tenis en desuso había aparecido en la vereda de enfrente, sin su ropaje amarillo, burlada por algún perro de la calle, brillando al sol.
Alejandro, que venia chupando una naranja de ombligo, pensando un piropo, en salvar a las ballenas, dirigiéndose a una radio clandestina, en Tanti, Córdoba, le dio un golpe imposible (berretín de frustrado jugador profesional).

El partido, la zanja y todo lo anterior mordidos por la rueda trasera de camión sucio y desvencijado.

Un partido corto, duró una sola patada, como toda su carrera.

Día de Gloria

Se escuchaba una canción de alto volumen tras una pared angosta. El llanto no tenia pausas y las garras de la canción, que continuaba indiferente, acentuaban un dolor espinoso.
Facundo tenía dolores intestinales que se agudizaban con los de la cabeza, no podía dejar de dar vueltas en la cama y si se movía mucho le daban ganas de vomitar. Sentía que los ojos se le iban hacia atrás y en las sienes unas manos gigantes que le apretaban. El llanto de esa mujer le molestaba cada vez más, esa música le producía más mareos. Se levantó de la cama para ir al baño a vomitar pero no pudo hacerlo. Pensaba en Chernobil y se comparaba. Se sentía Ucrania devastada. Veía todo nublado, el corazón se le aceleraba con cada pequeño movimiento, no podía fijar la vista ni siquiera en el televisor porque volvía a marearse. Sentía una sensación de desmayo permanente. Pensaba que se iba a morir. En realidad no sabía si ya estaba muerto, pues hacía varios días que no veía a nadie.
Tampoco comía, no tenia hambre y caminaba por el departamento sin bañarse y sin sentir olores. Le aterraba la idea de estar muerto, pues tenía la convicción de que con la muerte uno no solo dejaría de existir físicamente sino que en el recuerdo de los vivos, en poco tiempo, uno nunca habría existido.
Era 22 de junio de 1986, pero él no lo sabía. Fumaba cuatro o cinco atados de cigarrillos por día y el pecho se le escurría cada vez que tosía.
Caminaba dentro del departamento pateando la ropa esparcida, casi meticulosamente, por el piso. Un pantalón de jean nevado tirado en un rincón, una remera negra en el otro, almohadones y sábanas en el centro del cuarto, en el living cajas de discos vacías y rotas, una caja de cartón con restos de pizza y envases de cerveza por todos lados. Se habían volcado los ceniceros y las colillas de cigarrillos luchaban en comandos amarillos y blancos. No tenía idea que era domingo, el cielo plomizo oscurecía demasiado un departamento con poca entrada de luz. Él era una sombra, en la piel blanca, surcos de dilapidación atravesaban su cara como flechas y las ojeras negras se estrellaban contra sus mejillas.
La canción del otro lado de la pared se extinguió en un recorrido de dial acelerado. Llegó a escuchar a Cacho Fontana que decía “Más de 350 presos de Sendero Luminoso fallecidos en Lima Perú tras revuelta a manos de fuerzas militares”.

Cacho se esfumó pero apareció un hombre que hablaba muy rápido y no se entendía bien lo que decía. Lo invadió la curiosidad. Fue hasta la cocina teniéndose de una silla y agarró un vaso para apoyarlo sobre la pared lindera y pudo escuchar: " ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta..y ¡Goooooool... Gooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooolllllll...
¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradona!
Es para llorar, perdónenme...
Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos...
barrilete cósmico... ¿de que planeta viniste? Para dejar en el camino tanto
inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por
Argentina.... Argentina 2 - Inglaterra 0...
¡Diegol, ¡Diegol, Diego Armando Maradona...
Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este
Argentina 2 - Inglaterra 0...
Desde ese día, Facundo volvió a creer.

Fútbol eterno I

Un vaso de plástico blanco giraba al ritmo del viento de la calle Corrientes. Un anciano que venía bajando lentamente la cuadra del 200 lo vio y lo pateó para sacarlo del paso.
El vaso, en una vuelta de boomerang, regresó hasta sus pies y otra vez lo volvió a patear con bronca. Picó una, dos, tres, cuatro veces y quedó en el escalón de la puerta de un edificio.
Al seguir su rumbo, el anciano, lo miró y volvió sobre sus pasos para poder patearlo nuevamente. Un simple vaso no le podía ganar. Se sostuvo con el brazo derecho de una moldura de la pared de ladrillos, introdujo el pie entre dos agentes de seguridad, con la punta logró acomodarlo y cuando lo tenía medido como una Tango N ° 5 otro anciano se le acercó para robarle la posición y anticiparle el disparo. Lo logró. El vaso se levantó por el aire, chocó con un pequeño árbol y con la boca hacia abajo se quedó esperando la próxima patada. Los viejos se miraron desafiantes, uno desprendió su camisa y el otro comenzó a correr con su paso de tortuga. Se hicieron cuerpo, uno intentó una zancadilla, el otro le cruzó el brazo para frenar la feroz carrera de su contrincante. El hombre de la camisa desprendida llegó primero y como si estuviera en el Maracaná lleno de gente lo pateó con todas sus fuerzas. Tres metros hacia adelante era suficiente para librar una nueva batalla. Se tomaron de las casacas y de los pantalones para que ninguno tomara ventaja sobre el otro. Estaban tan transpirados como si hubieran terminado de jugar la final del mundo. A pocos centímetros de llegar al vaso que ya estaba hecho gajos, se arrojaron con los pies hacia delante intentado llegar cuanto antes a tomar contacto con el improvisado balón. El vaso, luego de haber sido acariciado por ambos pies, se escurrió por la escalera del subte “B”. El partido había terminado ya nada les devolvería ese momento de pasión de la juventud y mirando diez metros hacia abajo decidieron retomar sus caminos.

Fútbol eterno II

El fútbol era la alegría de pasar a buscar a los compañeros y contrincantes para ir todos juntos a la canchita. Era la tensión que se vivía en un combate a pan y queso para elegir compañeros. Era la pasión de gritar un gol. Era una tarde de ilusiones. Era ver el sol cayendo entre los álamos y una pelota ensombreciéndose bajo un cielo de arrabal. Era salpicarse de emoción en una tarde lluviosa y pintarse la cara con el barro del potrero. Era disfrutar con un caño, con un taco, con una chilena. Era adivinar, en los ojos del contrario, a donde iba a patear el penal. Era llorar cuando se perdía. Era juntar medias para rellenar un saco y patearlo durante todo el día hasta que sus retazos se esparcieran por toda la vereda.

Pero el negocio lo arruino todo.

¿Cuanto dinero se necesita para comprar una pelota? ¿Cuanto?

Para jugar un partido de fútbol solo se necesita una redonda, un balón, un “fulbo”, una simple pelota.

Y entonces, con los grandes negociados, el fútbol dejo de ser alegría. Y el fútbol dejo de ser una pasión porque ir a la cancha es ir a ver un partido arreglado por los que manejan la televisión. Y ver un partido por televisión es estar esperando ver una jugada que no va a llegar, porque los jugadores ya no se animan a hacerlas. Sus piernas valen millones y sus posiciones dentro del campo de juego deben ser respetadas sino el Director Técnico inmediatamente los va a sacar y tal vez no vuelvan a jugar. Y tirar un caño o una rabona seria mortal pues podría generar un ataque del equipo contrario. ¿Para que arriesgar la posesión de la pelota? ¿Por que se van a divertir si su obligación es defender o atacar o pasársela bien a un compañero o, en última instancia, hacer goles?

Y... porque los billetes que tiran lo empresarios europeos pesan mas que los papelitos que tiran las madres desde las tribunas dejando de tomar el mate para ver a sus hijitos salir corriendo a la cancha con una sonrisa en la cara!

Pero algo tenía que pasar.

Y llego el pibe de la camiseta numero 10. Y el desafió al destino que quería ver desaparecido al potrero. Y el metió un caño y miles. Y el fue el que no reparo en tirar una tijera o pararla de pecho en la puerta de su área. Y no le importo esperar al arquero para volver a eludirlo y convertir el más lindo de los goles.

Y por eso hoy, gracias a el...

El fútbol es la alegría de pasar a buscar a los compañeros y contrincantes para ir todos juntos a jugar un rato. Es la tensión que se vive en un combate a pan y queso. Es la sensación inigualable de gritar un gol. Es una tarde de sueños. Es ver el sol cayendo entre los álamos y una pelota ensombreciéndose bajo un cielo de potrero. Es salpicarse de emoción en una tarde lluviosa y pintarse la cara con barro argentino. Es disfrutar con un caño, con una bicicleta, con una “pavota”. Es adivinar, en los ojos del contrario, hacia a donde se va a arrjar para detener el penal. Es llorar de bronca cuando no se gana. Es juntar medias para rellenar un saco y patearlo durante todo el día hasta que sus retazos se esparzan por toda la vereda.

¡Es gritar un gol con la fuerza del corazón!

Fútbol eterno III

Para todos aquellos que todavía tienen la esperanza de ver a Maradona otra vez en una cancha. Para todos a los que un poco de pasto les significa una cancha de fútbol. Para ellos que ven en un portón de madera un arco ideal. Para los que se perfilan emocionados intentando devolver la pelota en una plaza. Para los que el grito de la tribuna es un canto de emoción. Para los que alguna vez soñaron patear un penal en la bombonera y definir un campeonato. Para los que se clavan delante de un televisor con cualquier partido, aunque juegue Villa Dalmine Vs. Defensa y Justicia. Para los que se pelean con su mujer por cinco minutos de fútbol. Para todos ellos va esta pequeña historia:

El lunes despertó tembloroso y húmedo. Seguro estuvo lagrimeando durante la noche. Con una sensación de despojo comenzó a repasar el día anterior para ver que era lo que le estaba sucediendo. Sentía la falta de algo, como si le hubieran arrancado un pedazo de alma. Recordaba que el jueves había comenzado de la mano del sol y luego había almorzado con la brisa del Río de la Plata. También recordaba que había dormido la siesta en la Plaza de Mayo y que al despertar había salido a caminar entre el bullicio de la Calle Corrientes. Unos nubarrones de acero inoxidable que volaban rasantes lo habían despeinado. Un calor sofocante lo dejo sentado al comenzar de la noche.

Recordaba que al irse a dormir bajo un cielo encapotado una angustia se había apoderado de su ser. ¿Que le estaba faltando que tan mal lo hacia sentir?

Repaso el día dos o tres veces más. Miro al cielo, y en la aureola de un sol brumoso vio la circunferencia de la numero 5. ¡Claro! ¡Se había perdido “Fútbol de Primera” otra vez!

Volvió a mirar el sol, luego el piso terroso de aquel lejano potrero y en la punta de sus botines desatados observo la angustia en carne viva.

Los tomo delicadamente, los ató ente ellos y los colgó de una nube que pasaba lentamente.

Fútbol eterno IV

Resucitó como de cenizas humedecidas en alcohol. Su cuerpo con sus formas intactas surcaron los caminos de los vientos de todos los puntos cardinales y donde se cruzan callejuelas ignotas la pelota cayó alocadamente.

Ella misma fue la que trazó líneas rectas que luego formaron ángulos obtusos. Luego estos se miraron oblicuos para formar triángulos y tal vez se dieron la mano para formar el rectángulo armado por dos cuadrados que los dividiría para siempre. Unos seríamos nosotros y otros serían ellos. Y en cuanto la circunferencia exacta de la pasión se puso otra vez en movimiento nuestras caras volvieron a sonreír.

Fútbol eterno V

Era la final. Todo el mundo se había acercado al estadio a ver el gran partido. Ese 20 de diciembre se definía más que un encuentro deportivo. Tal vez estos jugadores no volverían a encontrarse nunca más. Tal vez sus destinos estarían escritos en otros países. Hasta es posible que algunos abandonaran la actividad. Los más entusiastas soñaban con poder jugar en Italia o España, hacer una gran campaña como jugadores, para luego consagrase como entrenadores de grandes equipos. Lo cierto es que, ya desde los vestuarios, se respiraba un clima especial.

El silbato sonó en cada uno de los acelerados corazones y todos salieron apurados desde el túnel. La tribuna explotó en dos gritos diferentes que se chocaron en la mitad de la cancha y que al caer en el círculo central explotaron en un canto de pasión.

“Bebe” llevaba la pelota apretada al pecho azulado y entre papelitos que volaban desde el cielo celeste se acercó a saludar a su tribuna.

El partido empezó con pierna fuerte y los protectores para las piernas recibían golpes innecesarios.

En un descuido de Miguel, por la punta izquierda del arco que daba al río, se acerco “el Tata” a paso firme y decidido. Corrió sin respirar hasta la línea de fondo y echó el centro para que entrara enloquecido Dieguito que con una media tijera la mandó a las redes. Media tribuna se llenó de alegría y la otra mitad de tristeza, pero ninguna de las dos dejó de cantar en ningún momento. Carlitos para “el Loco”, “el Loco para Carlitos, Carlitos para Pedro, Pedro para “el Loco” y el empate que no se hizo esperar.

Luego de la igualdad el partido caía en baches de mediocridad pero las hinchadas no dejaban de alentar. Un osado plateísta tiró un petardo que hizo mucho ruido. La gente extremadamente solidaria, lo tuvo que cubrir para que no se lo llevaran detenido. Nadie se podía perder esa final.

Los de camisa azul tocaban con buena técnica y muy buen manejo de pelota. Los de blanco eran toda garra y corazón.

Luego de cambiar de arcos y el partido igualado la tensión y los nervios comenzaron a subir. Faltaba poco para que se vieran las caras del triunfo y la derrota frente a frente. Faltaba poco para irse del estadio mirando al cielo o con hombros encogidos y repasando jugadas fatales. Faltaba poco para las bromas. Faltaba poco para el llanto de alegría o tristeza.

Se iban los minutos y los penales parecían una realidad que no favorecía a ninguno de los dos equipos. Sonó un silbato largo y tenebroso. En la piel, la marca de la incertidumbre se enterraba más y más profundo. Los ojos humedeciéndose añoraban los primero partidos del año. Un minuto después se les volvió a incrustar un timbre de despedida con el partido todavía empatado. Pero la recibió Dieguito que para todo es el mejor, y sobre el final se puso el equipo al hombro. Encaró decidido al arco contrario. Eludió a Carlitos que se quedó desparramado en el piso, sombrero a Pedro y con bicicleta lo pasó “al Loco”. Mano a mano con “el godo” definió con pierna izquierda al segundo palo. No pudo aguantar la emoción, se colgó del alambrado y se puso a llorar.

Otro timbre más largo y agudo sonó mientras la tribuna se derrumbaba como un hormiguero recién reventado.

Salió la maestra enfurecida al patio y les gritó. – ¡Si no entran en este preciso momento no le vamos a entregar los diplomas! ¡Y el que no tenga diploma no va a poder empezar 1er. año!

Fútbol eterno VI

Iba esquivando pozos por esa calle empinada dibujada al costado de una cancha de fútbol camino al cementerio.

En el zigzag sinuoso de la rueda delantera de mi bicicleta me fui abriendo camino entre álamos bailarines, cuando pude ver que en la puerta del área grande del arco más lejano un niño desde el piso pedía “full” luego de una patada.

El paisaje de la canchita se movía a mi costado mientras yo avanzaba y como si fuera una cámara de última generación enfoqué mi vista en la definición de la jugada. Recorrí visualmente el campo verde desde el corner derecho lentamente hacia el izquierdo. El niño acomodaba la pelota pacientemente. Una barrera temerosa se formaba a los gritos.

Mis ojos atravesaron la red del arco más cercano mientras el niño tomaba carrera y el arquero se agazapaba afinando sus reflejos.

No podía dejar de mirar como terminaría esa jugada. Cuando el joven jugador comenzaba la carrera hacia la pelota, mi bicicleta, a la altura del otro corner, se metió en un bache profundo. Se clavó duramente y mi cuerpo en velocidad pasó volando sobre ella. El asfalto estaba caliente y rasposo. Luego de caer desparramado en el piso mi bicicleta cayó sobre mí.

Estaba dolorido pero gracias a Dios pude escuchar un largo “uuuuuuuuuuuuuuuuuuuhhhhhhhhhhh”

La pelota se había ido por poquito.

Fútbol eterno VII (Partido homenaje)

Se sacó la ropa de personaje y se puso la de leyenda una mañana lluviosa de verano, golpeando a pelotazos la puerta del Club Mercedes.
Gritando números de camisetas, a la lotería nacional, amaneció entre jugadas increíbles.
¡Que gracioso! Su imaginación le adjudicó cinco goles a un mismo jugador en una sola final.
Ni Maradona, ni Batistuta se fueron tan ovacionados de un estadio. Y él, tan solitario él, solo él, era tan amigo de todos que nadie lo pudo conocer.

Lo conocíamos todos, en la misma esquina marrón de siempre, escondido detrás de una pelota. Y Carlitos, con su escoba, que lo buscaba para jugar al truco en el Club Tribunales, contra La Soledad y La Muerte.
Per
o se ve que un día apostaron fuerte, y perdieron…

El partido, a esa hora, estaba terminado y el estadio en silencio. El se fue con el arco libre rumbo al gol en su bicicleta decorada con cucharitas de helado. Al llegar a la media luna, perseguido por una luz, puso el freno de mano y empaló la pelota para dejarla flotando en su pecho. En su caída la adormeció de empeine y la acarició otra vez para acomodarla con su taco y luego mandarla para arriba. Otra vez cerca de las nubes la pelota giraba en dirección de las agujas de reloj. Dos o tres de cabeza y de bolea la mandó al fondo del arco. Miró su cronómetro en medio de un grito alocado de gol y vio que era tiempo de descuento. Entonces corriendo desaforado se metió en el arco para buscar la pelota y llevarla al círculo central.

Pero ya no pudo salir, porque la luz que lo seguía le hizo cuerpo y lo empujó contra las redes mortales del silencio. No se dio cuenta que el partido ya había terminado…




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